Sentada en un banco del andén, cerró los ojos, dejándose acariciar
por el suave viento que soplaba.
Su vestido rozando el suelo, ondeaba al viento, ansioso de volar,
dando al momento, un suave toque de romanticismo. Este de color
tierra, hacía juego con las miles de piedras que como un lecho, acogían
a los railes que se encontraban enfrente de ellas. Sus cabellos, celosos
de su vestido, luchaban por liberarse Por unos minutos, había perdido
el tren que la llevaría de vuelta a casa y resignada, decidió disfrutar
del momento.
¡Ahora se alegraba ! El andén, estaba vacío, y al encontrarse sentada
en el exterior, podía contemplar aquel pequeño pueblo que envuelto
en la tranquilidad de unos días de vacaciones, se divisaba.
Desde unos altavoces, llegaban hasta ella, melodías tranquilas que
comvinadas con el suave soplo del viento entre las ramas de los chopos
y pinos, convertían el momento en una dulce y placentera melodía musical.
El cielo, azul claro, moteado de blancas y diminutas figuras imaginarias,
ponían en su mirada un matiz de paz.
Su imaginación hecho a volar... Las margaritas que había recogido en el
camino hacia la estación, se encontraban a su lado, y acariciando estas,
se dejo llevar por la sensación... Llanuras verdes, se dibujaban en su mente,
como un tapiz, poblado de diminutas florecillas multicolores que competían
con la belleza de un horizonte tenido de blanco que la nieve había vestido.
Por unos momentos, se sintió, como un pájaro volando de rama en rama,
contemplando desde las alturas la belleza que la naturaleza regalaba.
Dejó que su mente siguiera volando y sobre un caballo blanco y con el pie
en el estribo, contemplo el inmenso prado que divisaba a lo lejos.
Galopar hacía este, representaría, volar hacía nuevos horizontes, nuevas
llanuras que recorrer, nuevos paisajes que contemplar. Volvió la vista hasta la
casita que se adivinaba allá al fondo... Sobre el porche gravados, las huellas de
amigos que día a día, ayudaban a que su vida siguiera la senda de la tranquilidad
en su galopar diario.
Apenas habían sido unos minutos.... El ruido de pasos, la hicieron abrir los ojos...
En el anden, dos o tres personas, se sentaban a esperar como ella el próximo tren...
El encanto se había roto... Por los mismos altavoces que no hacía muchos minutos
se oía una suave música, ahora... una voz metálica e impersonal, repetía...
Tren destino..... va a efectuar su salida por la vía....
Recogió sus cabellos como mejor le fue posible...con sumo cuidado, tomó el pequeño
ramo de margaritas que se encontraba a su lado en su manos, y cerró los ojos durante
unos segundos más, para volver a sentir la caricia del viento y levantándose, con
pasos cortos y tranquilos, avanzo unos metros sobre el anden...
En unos minutos, subiría al tren y quedaría atrás olmos, pinos, flores y aquellos
sonidos que se asemejaban a susurros de hadas cundo se abrazaban entre los
árboles jugaban.
Atrás quedaría, la tranquilidad, que se podía cortar con el pensamiento...
para adentrarse en la jungla de asfalto y piedra donde vivía.
Dejó que su mirada atrapara durante unos minutos más aquellas imágenes
y respiró hondamente.
Mañana volvería. Quizás... el sol volviera a lucir con la misma fuerza, y el anden
durante unos minutos, quedaría vacío...
Algún día, ella viviría en un lugar así... un pequeño pueblecito rodeado de campo,
donde cada mañana recogería flores diminutas para adornar su hogar. Donde
el sonido del viento, acariciando las ramas y jugueteando con los pajarillos,
llenaría sus oídos de música natural.
Annia Mancheño
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