Salpicaduras, semejantes a lágrimas, empezaron a surgir a borbotones de sus pupilas, y fue entonces, cuando envuelta en la cascada que creaba su amargura, se dispuso a dormir el sueño eterno.
Cogió la jeringuilla e introdujo, por una pequeña vía de piel, aún transparente, el blanco y preciado liquido hasta el final, inundando éste, delicadamente, e iluminando, cada rincón de sus tinieblas, con su humedad.
Después, desnudó a la Luna , de su mueca, dibujando sobre ella, con trazos de color plata, oleadas de felicidad efímera.
Se enroscó sobre si misma y batiéndose contra el frío, que recorría cada fibra de su ajado cuerpo, rezó una plagaría. Y, como vino al mundo, sin nada, envuelta sólo en su existencia, dejó que un sueño, plagado de frutos del Edén y néctares de inconsciencia, mojara todos sus sentidos.
Había exterminado su vida, naufragando, en un mar de ilusiones momentáneas.
Annia Mancheño
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